3. La desconfianza en la relación de pareja: una manera de ejercer el poder contra el Otro
En las relaciones de pareja –aunque no es lo ideal- el poder constituye casi siempre un marco de la propia relación. Pocas relaciones amorosas, por la propia naturaleza complementaria de la elección, resultan simétricas en todos los aspectos, de manera que podemos colegir que la relación de pareja constituye uno de los escenarios funcionales para hablar de violencia, y específicamente para hablar de la desconfianza como factor de violencia.
Si entendemos, como ya comentamos antes, que lo íntimo, en tanto cercano al sí mismo, genera el bienestar y la seguridad que provee la confianza en el Otro, es presumible pensar que la relación íntima y amorosa se piense desde un estatus confidencial como resultado de la intimidad o proximidad entre sus miembros[1]. En ese sentido, cuando las personas sienten o consideran que existe entre ellas cercanía (vía la empatía, la simpatía o la reflexión ontológica) se crea un clima favorable para pensar que el uno y el otro son de cierta forma lo mismo; de ahí el bienestar y la seguridad que apunta a la relación solidaria sana y respetuosa como base de toda la relación afectiva que se precie legítimamente como tal. En este tipo de relación los seres humanos buscan reconocerse como iguales, buscan comprenderse como personas y buscan también satisfacerse mutuamente en sus necesidades.
Sin embargo, cuando en la relación íntima aparece la desconfianza como un comportamiento frecuente, la igualdad y la solidaridad se fragmentan, y los sujetos pasan a ser rehenes no sólo de sus individualidades e individualismos, sino también de sus temores y frustraciones. En ese escenario, la pareja de la que se desconfía pasa a ser un Otro ajeno y extraño en el que equivocadamente se ha confiado. De ahí el sentimiento de traición y deslealtad que se gesta en el sujeto desconfiado; y también de ahí su desamparo. Y es que el sujeto desconfiado se encuentra inhabilitado para comprender a su pareja como persona, la ve más bien como un objeto o instrumento en el que se deposita la confianza que él mismo no tiene o de la que cree carecer. Ante la confianza “traicionada”, no hay solamente un sujeto genuinamente dolido, sino sobre todo frustrado. Mónica Dohmen (1995) caracteriza al sujeto violento en la relación de pareja en cuanto a su “hacer violento” a partir de cuatro áreas: las cognitivas, las comportamentales, las emocionales y las interaccionales. Según la autora, las cognitivas se refieren al despliegue de la información previa sobre lo que es ser violento o, en este caso, desconfiado; las emocionales se hallan vinculadas a las sensaciones del sujeto violento durante el acto o comportamiento violento; las interaccionales hacen referencia a su actuación como sujeto violento frente al objeto de su violencia, lo que en el caso de la desconfianza serían las intenciones de la pareja, y por último las comportamentales que se enfocan en la actuación del sujeto violento frente a su violencia.
Como se puede ver, el trabajo de Dohmen puede ser adaptado a la desconfianza como comportamiento violento ya que desde el punto de vista cognitivo es plausible pensar que el sujeto desconfiado sabe en qué consiste el acto de desconfiar porque sabe que debe cuestionar las intenciones o las promesas de su pareja, sobre todo en lo relativo a la supuesta traición de la confianza en ella depositada. Esto deriva emocionalmente hablando en que el sujeto desconfiado no sólo se siente inseguro y expuesto, sino también frustrado y temeroso. El desconfiado, como ya se dijo, no acepta otra versión más que la suya; su desconfianza en sí mismo es tal que la historia sospechosa sólo puede ser verdad so pena de enfrentarse a lo que es como ser inseguro de sí mismo. Esto, sin mayor duda, ya caracteriza su interacción: el desconfiado precisa dominar al Otro, es decir, el desconfiado precisa seguir desconfiando o creyendo que el Otro lo ha traicionado: el desconfiado necesita esconder su propia inseguridad. Es por eso que intenta anular el decir del Otro, que en este caso es su pareja; es por eso que necesita cuestionar su ser, su identidad “confiable”, su dicho, su verdad. Sólo el cuestionamiento del Otro le impide descorrer el velo de su propia falta de confianza, de su propia inseguridad.
[1] Confianza y confidencialidad no es lo mismo. La primera supone la segunda, pero la segunda no supone la primera. Para mayor información consultar el texto de Nooteboom, citado en la bibliografía.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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