En el mundo hay personas bondadosas y personas egoístas. Con independencia de que cada quien trae una identidad determinada cuando nace, a ser bondadosos o egoístas se aprende. Hay gente que a pesar de sus problemas, logran vivir una vida buena porque entienden que la belleza del mundo no está en el poseer, sino en el dar; y ya sea que lo hayan aprendido o no, en este dar precisamente anida la bondad.
La bondad permite abrir caminos, generar solidaridad, creatividad, amor. Las entregas de bondad siempre se revisten de alegría, gozo, recompensa y alivio. Y es que la bondad nos acerca a nuestra humanidad y sin ella el ser humano se oscurece y debilita. La bondad nunca es nociva, nunca sobra, aunque en muchas ocasiones falla.
Por lo general, la bondad va más allá de la buena voluntad pues se implica como actitud ante la vida que consiste básicamente en dar, y particularmente en dar al más débil, al más necesitado. Por ello, la actitud bondadosa siempre construye ganancias: ahí está el sosiego, la comprensión, la paz que reporta la bondad tanto a quien da como a quien recibe. Optar por vivir bondadosamente nos blinda de ser indiferentes ante el sufrimiento del otro, de comportarnos de forma no compasiva, pero sobre todo nos hace salir del cascarón en el que nos guardamos nosotros mismos para protegernos de la maldad y lo feo.
Es esto precisamente lo que puede llevarnos a ser egoístas, a encerrarnos en nosotros mismos y ver al mundo y a los demás semejantes desde el particular punto de mira que construimos desde nuestro Yo. No hay antídoto más poderoso que la bondad para interponer al otro como un semejante y hacer que la mirada propia se relativice ante él pues poner en el centro de nuestros actos, pensamientos y sentimientos a la persona en toda su complejidad y circunstancias, de alguna forma nos hace velar por ella.
El interés propio debe dejar lugar también para el interés ajeno. A fin de cuentas somos seres sociales, seres que necesitamos del otro para vivir y a todos nos gustaría que nos socorrieran si estamos necesitados. En ocasiones, incluso, la bondad propia se detona justamente cuando otros nos ayudan, y en esas circunstancias nos es imposible soslayar su presencia.
El sufrimiento y la necesidad del otro nos hace desplazar el propio interés para darle cabida a los ajenos, pues éstos –también- pueden ser los nuestros. Así, mirar al otro desde la bondad nos impulsa a buscar dentro de nosotros mismos ese resquicio de amor, afecto, ternura y compasión que tenemos para dar sin pedir nada a cambio, pues la bondad nos acerca a nuestros semejantes y nos permite ayudarlos sin reservas desde la parte más sincera de nuestro yo, generando en nosotros ese profundo gozo de verlo salir a flote con nuestra ayuda; además, por supuesto, de sentirnos satisfechos con nosotros mismos por haber hecho lo correcto.
Pensemos en el llanto de un bebé. Cuando un niño llora, por lo general todos acudimos para socorrerlo, acudimos en su ayuda, a atender su necesidad. Saber qué le pasa al bebé es un signo de bondad; escuchar a quienes necesitan hablar es un signo de bondad; ayudar al desprotegido es un signo de bondad. Dicen algunos autores que el llanto es el primer acercamiento al otro y base de toda bondad y solidaridad. Pero para entender lo anterior hay que pensar más bien en un llanto metafórico: el llanto de los vulnerados, de los desesperados, de los más necesitados. Si el llanto de estas personas no conmueve, entonces podemos decir que estamos lejos de la bondad.
Pero estar lejos de la bondad es estar cerca del egoísmo. Somos egoístas cuando actuamos de forma indiferente, cuando enjuiciamos desde nuestros puntos de vista, cuando damos la espalda al sufrimiento ajeno. Somos egoístas cuando anteponemos en todo momento nuestros intereses por encima del de los demás, cuando somos incomprensivos, cuando no colaboramos, cuando no compartimos.
Esto, como se puede ver es negar la esencia de nuestra sociabilidad. Dar, ser bondadosos, mantiene abierta siempre la utopía de la fraternidad universal ya que no se trata de ser bondadoso solamente con los seres humanos, también podemos y debemos ser bondadosos con la naturaleza, los animales, las plantas, la tierra, los mares y las montañas. La bondad es, en cualquier circunstancia, una actitud moral, un sentido orientador de la buena vida donde se entremezclan no sólo el amor y la solidaridad hacia el otro, sino también la alegría, la solidaridad, la igualdad, la comprensión y el respeto.
Así, bondad y egoísmo configuran un par de opuestos que evidencian dos modos de entender y vivir la vida. Ojalá, en estas sociedades nuestras, donde el egoísmo ha ganado muchas veces terreno a la bondad, ésta prevalezca pues sin bondad la vida propia se esquilma, pero la vida social desfallece.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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