La depresión es una enfermedad del cerebro y extremadamente compleja; y aunque no hay un consenso claro sobre las causas que la desatan, lo más aceptado hasta el momento es que la depresión aparece gracias a la conjunción de múltiples factores, a partir de la compleja interacción entre los genes y el medio ambiente. Como ya hemos venido señalando, la depresión ha ido creciendo en las sociedades actuales hasta convertirse en una de las enfermedades mentales fundamentales y de mayor importancia en la contemporaneidad.
Ello puede deberse en gran medida a nuestro estilo de vida acelerado y el poco tiempo que prestamos a nuestras necesidades emocionales y afectivas.
El contexto de hoy nos sume en un medio ambiente sin duda estresante para cualquier ser humano y más en ciudades tan grandes y complejas como las que vivimos donde la movilidad, la contaminación, la inseguridad, la falta de oportunidades, la comida rápida, la extensión de la jornada laboral hasta los días de descanso y otros muchos otros referentes de nuestra vida cotidiana actual, conforman quizá un gran caldo de cultivo para predisponer a nuestro organismo al padecimiento de la depresión.
Sin embargo, a pesar de que la depresión es ya una referencia común en nuestras conversaciones cotidianas, solemos no prestarle la seriedad debida y no sólo por falta de tiempo. Para muchos, los problemas mentales son problemas de “locos”; para otros, son problemas de “débiles”, de mujeres. En otros casos, sencillamente, le damos menos importancia que una gripa, ya no digamos una enfermedad más seria como el cáncer. Solemos ignorar o dejar “para más adelante” (para ver si se pasa, si se va solo) el diagnóstico y tratamiento de los estados depresivos, pero también en lo general de los problemas y enfermedades de salud mental. En ello, el estigma social juega un papel preponderante. Quitamos importancia a las enfermedades mentales por miedo al estereotipo que predomina sobre el enfermo mental, impidiendo que la enfermedad misma sea tomada con toda la seriedad e importancia que merece.
Muchas veces, las personas que padecen depresión son más propensas a padecer a su vez esquizofrenia, ansiedad, desorden bipolar, anorexia nerviosa, déficit de atención e hiperactividad. Por ello es necesario dejar de ver esta enfermedad como un tipo de locura y evidenciar el estigma que socialmente pende sobre ella.
El estigma que rodea a las enfermedades psiquiátricas lleva a los enfermos de depresión a sufrir, además, marginación social, económica y laboral, acompañadas muchas veces de forma notable por una falta de apoyo familiar y social.
Sin embargo, el problema es mucho más serio pues ronda también el presupuesto público, y el diseño e implementación de políticas sociales para combatir dicha enfermedad. Al respecto podemos decir que según los especialistas del ramo, México destina solo el 2% del presupuesto federal de salud para atender los padecimientos mentales, y si a ello añadimos que la depresión no sólo afecta a quien la padece, sino también –como ocurre con todas las enfermedades mentales- a quienes rodean al enfermo, podemos tener una idea bastante clara de su alcance y de la necesidad de una adecuada atención, sobre todo si se tiene en cuenta que según la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica (ENEP) en México, al menos 9.2% de la población reportó haber padecido depresión alguna vez en su vida.
En ese sentido, no hay que olvidar nunca que la depresión no es poca cosa. Merece atención porque es una enfermedad del cerebro, vinculada a desequilibrios bioquímicos en este órgano que interactúan con factores individuales y medioambientales que no podemos controlar. Hablar con amigos, personas de confianza o familiares alivia, e incluso puede ayudar a sanar la depresión si ésta es leve o está apenas en sus inicios, pero lo recomendable es acudir por ayuda profesional.
El miedo a reconocerse deprimido debido al estigma social puede paralizar la acción de pedir ayuda, pero la progresividad con que suele tiene lugar esta enfermedad, si la depresión no se atiende a tiempo y si no se cuenta con un tratamiento adecuado, generará cada vez mayor discapacidad, así como riesgo de muerte prematura.
No corra riesgos.
✍ Psicoterapeuta Claudia Garibay
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